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RITO DE INICIACIÓN - Rosario Castellanos

ROSARIO CASTELLANOS CONTRA TODO 

La primera tentación cuando uno quiere decir cualquier cosa sobre Rosario Castellanos es la de poner una cara muy solemne (la mano en el pecho, si es posible) y empezar a cantar los laureles de esta increíble escritora, lo que es un error. Aclaremos de una vez, Rosario Castellanos era una diosa, un portento literario, un monstruo inabarcable, la mejor escritora de su tiempo. Así, lo primero que hay que hacer es espantarse, persignarse (si se tienen esas aficiones simbólicas) o hacer ademanes de conjura y luego echarse un clavado en la materia principal que la conformaba: su humanidad. Rosario Castellanos nació en la Ciudad de México, en 1925; se la llevaron a crecer de inmediato a Comitán, Chiapas; se quedó allí hasta su adolescencia y luego acabó la preparatoria de vuelta en su ciudad natal, en la que se quedó para estudiar filosofía. Hay que hacer una aclaración pertinente (he atestiguado varias confusiones que la ameritan): estudiar filosofía no entraña ni un solo rasgo literario; mucha gente escucha “filosofía” y le adjunta de manera automática “letras”, error casi comprensible si se toma en cuenta que la facultad donde actualmente se imparten ambas carreras tiene un nombre combinado. Pero no, estudiar filosofía es estudiar a los filósofos, el pensamiento filosófico y aprender a pensar (no hay espacio para entrar en detalles, pero tendrán que dar por buena mi palabra). De hecho, estudió en el edificio de los Mascarones, en Ribera de San Cosme, porque no fue sino hasta 1954 que la Facultad se mudó a CU. 

Rosario Castellanos fue la primera mujer en toda la historia del país en obtener la maestría en filosofía en 1950; su tesis de grado se tituló Sobre cultura femenina* y se puede decir que esa es la primera muestra documentada de que esta autora es una de las primeras escritoras mexicanas, incluso de Latinoamérica, en escribir sobre asuntos feministas (claro que entonces se escuchaba con más frecuencia “emancipación, liberación de la mujer”, porque el término no se había vuelto de uso común). Su alineación feminista, tan evidente ahora, no tenía que ver con un estereotipo de activismo (que socialmente no despegaba como movimiento ni siquiera en Estados Unidos), más bien con una observación y una denuncia; leyó, por ejemplo, El segundo sexo de Simone de Beauvoir (en francés, y quizá haya sido la primera o de las primeras que la leyó en México), también a Virginia Woolf y a Doris Lessing (en inglés), es decir, tenía claros antecedentes literarios y de pensamiento en materia de feminismo. 


*El Fondo de Cultura Económica publicó este volumen en 2005 y se puede conseguir tanto en papel como en formato electrónico, para las lectoras o los lectores que tengan curiosidad.


Luego de obtener la maestría, se fue a Madrid a hacer más estudios de posgrado, esta vez en estética; cuando volvió a México, además de ejercer el magisterio (aquí y también en el extranjero en ciertos periodos), desempeñó varios cargos culturales públicos y se dedicó a escribir. Además de ser insumisa, dedicada, lectora aguda y observadora filosísima, Rosario Castellanos fue muy prolífica en su producción literaria, prolífica y todóloga: escribió novelas, cuentos, poemas, ensayos (muchísimos ensayos), obras de teatro y artículos periodísticos. Es decir, era una escritora de cepa y fue una de esas raras plumas que hacen todo bien, a diferencia de muchos autores que son mejores como cuentistas que como novelistas, por ejemplo; pero uno no sale indemne de un poema de Rosario, igual que no puede sino arrodillarse cuando lee una de sus novelas, porque esta mujer manejaba la lengua española como poca gente lo ha hecho en la historia literaria de este país. Y vale la pena leer todo lo que se pueda, porque era pura lucidez. Esta lucidez no le quitaba sensibilidad, como a veces se pretende de las feministas, al contrario, echaba mano de ella y la incorporaba a su visión y a su obra. Sensibilidad, desde luego, no es sensiblería, y es fácil darse cuenta de que, como pensadora, Rosario era implacable. 

Y ella escribía (sobre todo en sus editoriales) en contra de todo y a contrapelo de todos los prejuicios: contra la sumisión (en especial, en los sesenta, escribió que en México era una vergüenza que las mujeres siguiéramos siendo unas dejadas y nuestras protestas fueran tibias y a media voz, vamos, casi nos llamaba mentecatas), contra la dejadez, contra la demagogia, contra el patrioterismo, contra la pasividad, el conformismo, la mediocridad, la abulia, la mentira, el abuso, la desigualdad y la estulticia. Escribía, pues, contra la mediocridad del ser humano, porque sabía que nuestra obligación era ser mejores que esto que éramos y que seguimos siendo (de hecho, es posible que ahora estemos peor, ay). 

Es una escritora poco fácil, es verdad; no difícil, no “densa” o críptica: poco fácil. Tiene la virtud de llevarnos por sus textos sin concesiones y para eso es mejor entrar con la advertencia de que el camino será placentero, aunque exigente y arduo. Pero, ah, vale tanto el camino que, cuando uno llega al final, siente que acaba de hacer una conquista. En este sentido, es una escritora que pide una lectura atenta y lúcida, no es posible flojear o distraerse, a riesgo de perder matices importantes, y esa es sólo una de sus muchas virtudes. 

Y como escritora, además de ocuparse de la desigual- dad social entre mujeres y hombres, se ocupó a fondo de la situación de desigualdad de los indígenas chiapanecos (que conocía muy bien y de primera mano) y durante al menos tres libros y varias décadas, eso le ganó la etiqueta de escritora indigenista. Pero, como dicen algunos de sus estudiosos, no sólo escribió Balún Canán, Ciudad Real y Oficio de tinieblas, su obra, de hecho, es muy extensa y, aunque tiene ejes temáticos y vasos comunicantes, parte de su riqueza está en el hecho de que esa obra es también heterogénea. Y es una autora cuyo eje central temático son las mujeres, las mujeres indígenas, las citadinas, las jóvenes, las viejas (o al menos que se consideran maduras, después de la edad reproductiva), las mujeres mexicanas tal como ella las conoció, nos conoció, desde su tesis, hasta sus artículos periodísticos. 

Rosario Castellanos murió en 1974, en Tel Aviv, porque pisó el cable de una lámpara. En realidad, su muerte es trágica, pero cuando se mira bajo una lente menos solemne, uno puede darse cuenta de que morir electrocutada es casi un hado. Rosario fue una mujer iluminada y murió por exceso de luz. Ese no es un intento de frase graciosa o de ironía fallida, es un homenaje a una mujer que, a juzgar por su literatura, vivía intensamente y observaba al mundo con una agudeza que sólo se adquiere cuando se está muy cerca de cierto fulgor. 



UBICACIÓN BIBLIOGRÁFICA
Y DATOS CURIOSOS 

Ya Eduardo Mejía en su texto sobre esta novela sitúa a esta autora entre sus contemporáneos. Acaso haya que añadir que, además de una escritura de altísimo nivel, Rosario Castellanos también tradujo al español autores del calibre de Emily Dickinson, Paul Claudel y Saint-John Perse, entre otros. Casi se podría decir que no había tarea literaria que esta mujer no emprendiera con eficacia. Y eso que, a pesar de su buen oficio, muchas veces sufría desánimos y, diríamos ahora, bajones en su vida personal, aunque sobre este aspecto no hay tanta documentación (previsiblemente), porque la vida personal no tiene que ventilarse en los anales del buen gusto literario; pero es verdad que se casó con un hombre que no la hizo feliz, le fue infiel y con el que tuvo un matrimonio poco venturoso que duró más de diez años; al menos cuando marchó a Israel para fungir como embajadora, ya estaba divorciada. 

Un aspecto destacable de su estilo literario: creo que a nadie se le ha ocurrido emparentar a la autora de marras con Jorge Ibargüengoitia, sin embargo, desde 1963 hasta 1974, Rosario Castellanos fue editorialista de Excélsior, a razón de un texto por semana, e Ibargüengoitia escribió un artículo de ese mismo diario, también una vez a la semana, desde 1969 hasta 1976. Lo que quiere decir que al menos durante un lustro, compartieron espacio en un periódico (periódico que, en los años 70, se convirtió en una de las publicaciones más importantes a nivel cultural y de información) dos escritores con un filón de humor; Rosario, además, contribuía con el suplemento cultural. ¿Por qué esta coincidencia puede resultar interesante? De Rosario Castellanos poca gente dice que escribía con humor, aunque lo hacía. No es, para nada, el tipo de humor que manejaba Ibargüengoitia, no, pero a éste es al escritor que siempre se le asocia con una pluma irónica y con un especial estilo humorístico. Pues Rosario tenía también una pluma muy irónica y un particular sentido del humor, acaso más corrosivo (más sardónico) que el de Jorge, es fácil detectarlo en sus artículos, en sus ensayos y, en materia narrativa, al menos en esta novela. 

Casi se puede aventurar una afirmación: si Rito de iniciación se lee en clave de farsa, se convierte en una novela hilarante, entre otras cosas porque su manera de hacer escarnio de una ristra de prejuicios de clase, de situación y de condición es no sólo aguda, sino única. Además retrata con filo, sarcasmo, ironía y hasta crueldad a varias figuras del mundo intelectual y universitario. Aclaración pertinente: no se trata de un retrato específico ni de figuras particulares (es decir, la burla no está enfocada en tal o cual personaje real), es un retrato general que asombra porque los prototipos que pinta siguen tan vigentes como en los años sesenta, en que escribió esta novela, y como en los años cuarenta y cincuenta, época en la que se sitúa la trama y que coincide con la época de estudiante de la propia Rosario. 

Así que eso: Rosario Castellanos escribía, también, contra los cánones solemnes, y fue una autora con un gran sentido del humor; por lo general, este no es uno de sus aspectos que se ponga de manifiesto. 



DISCUSIÓN DE LA OBRA 

Desde los primeros rasgos que conocemos de Cecilia, es posible, es muy probable, que nos caiga mal, pero mal en serio; como nos cae mal una persona gazmoña, pagada de sí y juzgona. También es posible que Cecilia no nos caiga mal, pero sí es evidente que no es una chica agradable ni simpática. Es torpe, está ciega a fuerza de prejuicios, es tan reservada que no sabe cómo comunicarse con el mundo; es egoísta, infantil, soberbia, malhumorada, chantajista, dramática, sin gracia. ¿Por qué Rosario Castellanos hizo un personaje que no está construido para ganarse la simpatía de las lectoras (tampoco la de los lectores varones, es de suponerse)? Quizá porque es una escritora taimada y nos quiere llevar por un tránsito que desembocará en entendimiento. A un nivel profundo, humano, es mucho más enriquecedor que uno entienda a sus semejantes a que los halle simpáticos; si esto se aplica a Cecilia, protagonista de esta novela, resulta que uno sale del libro con emoción, porque Cecilia crece y se independiza hasta de sí misma. 

En cierto modo, Cecilia se parece a algunos estereotipos de heroína decimonónica, tiene un sentido de lo trágico casi trasnochado y sus ideas de lo que debe ser, no debe ser, es decente y es indecente, pueden parecernos ridículas, pero es obvio que están metidas (con calzador) en unos trajes que tienen la etiqueta de decencia. Ahora, esta novela se desarrolla a fines de los años cuarenta y Cecilia nació en una familia a la que le queda muy bien aquello del “rancio abolengo”. El padre despilfarró el dinero y la madre se dedicó a amargarse en solitario. Una de las primeras exageraciones a que atendemos en el inicio de la novela es la de la vida en provincia, que si es vista a través de los padres de Cecilia y de ella misma, resulta corta de miras, prosaica y asfixiante. Enrique, novio de pacotilla, funciona como pivote para Cecilia, por mucho que le haya “roto el corazón”, sin su patanería Cecilia no se hubiera mudado de ciudad y, acaso, no se hubiera convertido en una mujer completa y conforme consigo misma. 

Los padres la mandan a estudiar a la capital y la instalan con su tía y madrina, una Beatriz que se diluye hasta desaparecer, pero que conocemos a la manera de las novelas rusas: se introduce como personaje, se habla de ella y de su vida, construida sobre cierto pasado, aparece para actuar como anfitriona y, de paso, para hacer un contraste interesante con doña Clara, la madre de Cecilia, y luego sólo se le menciona dos o tres veces, muy a vuelapluma, durante el resto del libro, es decir, durante casi trescientas páginas. Pero Beatriz sirve para que Cecilia compare a su madre: mujer casada, consumida por la vida conyugal gris y monótona, con la figura de su tía, solterona de manual: beata, cortés, reservada y en buena posición económica. 

¿Por qué Cecilia no busca en Beatriz una cómplice o, al menos, una figura materna? Es posible que sea porque desde el inicio muestra una independencia disfrazada de intolerancia, que poco a poco tendrá que ir decantando. ¿Por qué, a final de cuentas, no logró hacerse amiga de Susana?, ¿qué le impedía, en el fondo, confiar plenamente en alguna de las mujeres a su alrededor? 

Cuando está en proceso de instalarse en su nueva condición de universitaria, conoce a Sergio, un ejemplar prototípico del estudiante pretencioso y machista que, apenas la trata, le dice qué tiene y qué no tiene que hacer y la empuja a cambiar de carrera, pues Cecilia pretende estudiar Historia y acaba inscribiéndose en Letras. No se puede decir que haga amigos nuevos (ni tampoco que antes tuviera amigos), pero al menos se integra en un grupo de estudiantes que gravitan cerca porque, al menos el resto, ya se conocen. Y, es justo reconocer, al final Sergio tuvo razón y Cecilia hizo bien en cambiar de carrera, por- que sus inclinaciones eran mucho más literarias que de investigación histórica. 

Las conversaciones a coro entre varios personajes (están presentadas de tal modo que a veces no se sabe quién habla, pero es un recurso estilístico que añade interés a esas escenas, ya que no dice que los personajes son todos parecidos en el fondo y su voz es intercambiable hasta cierto punto) son densas y se leen con cierta incredulidad; uno podría pensar que la gente no habla así, pero en el fondo sería un equívoco, porque Lorenzo, Susana, Mariscal o Villela no son gente a secas, son personajes literarios y como tales funcionan como maquinaria de reloj; sin embargo, hay que insistir en que la autora parece estar poniendo frente a los ojos lectores una serie de estereotipos. Si esta novela fuera un programa de concursos y los lectores asistiéramos en pleno a la facultad de Filosofía y Letras, acabaríamos por poner palomita en cada uno de los personajes. Los intelectuales, los izquierdistas, los superficiales y vanidosos, los ñoños y estudiosos, los pensadores profundos y rebeldes, todos están retrata- dos de una u otra forma en este grupo de estudiantes. 

¿Se habrá basado la autora en algún poeta conocido para el personaje de Manuel Solís? La sospecha más válida es que no, pero quizá se basó en varios poetas y otros escritores (pintores, es posible; músicos, tal vez) para hacer una caricatura no sólo descarnada sino ridícula, fiel, exagerada y fársica. Es un poeta casi secreto, sólo ha publicado un libro, parece que el mundo no lo merece, es un autor de culto, los jóvenes estudiantes lo llaman “maestro” y él, mientras entona un soliloquio tras otro y exige adoración, se recuesta en una serie de almohaditas en un diván. Sólo le falta la copa de coñac. Claro que tiene una hermana que funge como esclava (aunque podría ser una esposa, para el caso, o una enfermera); y claro que solicita efebos para que sean sus secretarios personales, luego entonces, se cree un iluminado, demasiado bueno para la vida mundana. Rosario Castellanos hace una burla finísima. 

Y luego, ¿las poetisas?, les pone “las Parcas” y a Ma- tilde Casanova, soltera, estéril y loca, la sitúa en un terreno ambiguo y sin esperanza. Cuando la autora pone a las escritoras a hablar entre sí, las muestra como seres horribles, envidiosos, aprovechados y frustrados. Las tres mujeres justifican su existencia y tratan de ponerse una por encima de la otra, se atacan como si quisieran destruirse y destilan odio por todos lados. Incluso cuando Cecilia y Susana intervienen, a pesar de ser demasiado jóvenes y de que sólo pidieron audiencia para invitar a la luminaria a un acto universitario, lo hacen para criticar. Cecilia nunca había sido tan maleducada con una figura de autoridad, y Susana les habla como si estuvieran fuera de toda consideración intelectual. Uno, como lector, no puede más que estar de acuerdo con ellas, pero a nivel de personajes, su comportamiento parece contaminado de la bilis que destilan las tres antiguas alumnas de la luminaria. 

Uno de tantos rasgos interesantes es ver cómo, en los momentos de transición o que anteceden a un cambio importante en la vida de la protagonista, la narración pasa de una tercera persona que, como buena voz narrativa, puede desaparecer porque se diluye con la acción, y aparece un yo de soliloquio que nos presenta de primera mano los pensamientos de Cecilia. Sucede cuando está a punto de entrar a la universidad y al final, cuando sale de la fiesta y se encamina de vuelta a casa de su madrina, mientras decide qué hará con su vida. Los tres soliloquios tienen una gran potencia literaria y una voz sólida, pero lo importante es que en esas muestras de pensamiento interno se puede ver la evolución del personaje. ¿Cuál es la primera preocupación de Cecilia en el soliloquio en que se dirige a su padre?; ¿y cuál el tema principal cuando está por terminar la novela? En ambos casos, Cecilia habla casi con serenidad, pero la melancolía que la ocupaba la primera vez, en las últimas páginas del libro es una cáscara que acaba por desecharse, como un capullo inservible. 

¿Qué habrá querido retratar Rosario Castellanos en esta novela hecha de fragmentos?, ¿será verdad que, como apuntan algunos críticos, es una antinovela (heredera del nouveau roman)?, ¿es un experimento formal con el que buscaba hacer una novela diferente de las dos que había escrito antes? Es un hecho que no es una novela al estilo más tradicional. Combina desde algunas descripciones y rasgos de la novela realista del siglo XIX con momentos de flujo de conciencia (a lo Virginia Woolf, quién sabe si también a lo Joyce), con una sátira implacable y con una sutil muestra de un camino de la heroína que lleva a Cecilia de ser una muchachita insípida a ser una persona autónoma, una mujer. 



PREGUNTAS 

  • ¿Por qué Enrique resulta una figura tan importante en la vida de Cecilia? 
  • ¿Por qué Cecilia vive debajo de tantas capas de disimulo?
    * ¿Cómo es que los personajes a su alrededor (su madre, por ejemplo) se dan cuenta de que Cecilia no es lo que aparenta ser, sino alguien mucho más torpe? 
  • ¿Cecilia es una chica realmente solitaria o sólo soberbia?, ¿le pesa estar sola? 
  • Cuando al fina está por entrar a la Universidad y sufre un choque entre sus aspiraciones y la realidad, ¿por qué decide cambiar de carrera?
  • En el fondo, lo primero que perseguía era agradar a su padre y congraciarse con él, ¿cuándo es que se empieza a retirar de ese supuesto ideal? 
  • ¿Cuál es el primer encontronazo que tiene Cecilia con el mundo real, que la empieza a sacar de su pequeño mundo donde todo intenta ser aséptico? 
  • ¿Cuándo empieza a aceptarse a si misma como ser sexual? 
  • Cuando la periodista invita a la secretaria de Matilde a tomar una copa, ¿le está diciendo que si se atreve porque insinúa un posible romance?
    * ¿Y cuando la acusa de ser feminista, se está burlando de ella o sólo la condena por impráctica?
  • ¿Cuál es el ideal femenino de Cecilia, si es que tiene uno?
  • ¿Cuáles son los ejemplos que ha visto de mujeres hasta ahora?, ¿hay algún modelo que quiera seguir? 
  • ¿Cuál es la idea que tiene Cecilia del amor, antes de volverse la pareja de Mariscal? 
  • Y cuando se separan, ¿sigue pensando lo mismo?
  • ¿Por qué deja de escribir su diario?, ¿es porque empieza a vivir de otra manera o porque empieza a ver la vida de otra manera?
    * ¿Qué significaba el diario de Cecilia cuando llenaba páginas enteras con las nimiedades de lo que había vivido?
    *  ¿Cambia su significado después? 
  • ¿Aceptaría Cecilia la propuesta de matrimonio de Sergio?
    * Si sí o si no, ¿por qué? 
  • ¿Qué significa la proposición que le hace Sergio de tener un matrimonio de apariencias (más allá de la obvia representación frente a la sociedad)? 
  • ¿Por qué decide Cecilia, en sus propias palabras, entregarse a Ramón? 
  • ¿Por qué Ramón parece ser siempre paciente con ella, a pesar de que Cecilia se empeña en disimular permanentemente lo que en realidad le pasa y lo que en realidad piensa? 
  • ¿Qué tanto se puede decir que ha cambiado la situación en la Universidad del momento que retrata la novela a la época actual? 
  • Si la protagonista no estuviera interesada en la literatura, ¿qué otra cosa podría hacer?, ¿tiene algún talento, alguna aptitud? 
  • Si no hubiera optado por estudiar literatura y se hubiera quedado como estudiante de historia, ¿habría encontrado lo que buscaba?, ¿se habría acercado a sus raíces? 
  • ¿Qué significa la escena del final del capítulo 9?:
    —¿Tú crees que vale la pena escribir un libro?
    Susana interrumpió la concienzuda operación de exprimirse una espinilla ante el espejo para contestar categóricamente:
    —Creo que no. Ya hay muchos.

    * ¿Cuál es el cambio de punto de vista entre estas últimas líneas y el inicio del capítulo 10?, ¿cómo se encabalgan y luego se separan? 
  • ¿Por qué en la novela ocupan tanto espacio personajes que que no están relacionados con la vida de la protagonista, pero conforman el mosaico que la rodea?
    * ¿Qué trataba de lograr la autora con las caricaturas que encarnan Manuel Solís, por un lado, y Matilde Casanova, por otro? 
  • ¿Qué tipo de denuncias se pueden hallar en la novela?, son varias y de índole diversa, pero no todas son obvias y otras parecen estar escondidas a propósito. 
  • ¿Por qué la novela se llama Rito de Iniciación?



CONCLUSIÓN 

Leer este libro es un tour de force. No parece que avance mucho la acción, no parece tampoco que haya una acción en el sentido tradicional que se adjudica a las novelas; la heroína ni es atractiva ni pretende ser agradable, Cecilia no es para nada un dechado de virtudes, pero tampoco tiene la cualidad seductora de una protagonista que encarne un ángel caído (no es, en ese sentido, una antiheroína, como los antihéroes de las novelas policiacas, por ejemplo). En algún momento ella misma se des- cribe: “Soy Cecilia Rojas. Tengo diecinueve años y mido un metro y cincuenta y seis centímetros de estatura. Peso cuarenta y cinco kilos. Nariz recta, ojos cafés, frente regular, pelo castaño. (No quiso agregar lacio, porque éste era un dato variable según los caprichos y las ocasiones.) Señas particulares: ninguna”; y manifiesta cierta desesperación por no tener nada que la haga destacar. Y sin embargo, es una novela que se va revelando como lúcida y necesaria, en la que también asistimos al desarrollo paulatino de una muchachita sin señas particulares. 

Ya se dijo que hay humor en este libro. Es muy posible que sus detractores hayan visto en ese humor una ofensa, porque se sintieron retratados y caricaturizados, a pesar de que la novela se publicó hasta mediados de los años noventa, es decir, fue un libro que aguardó treinta años para ver la luz. Y aun así mantiene una vigencia sorprendente. ¿Por qué sorprendente?, por su tino (puntería, más bien), por su sagacidad, por su increíble paneo sobre los personajes culturales tanto jóvenes como maduros. No pretende hacer una denuncia al estilo de otros libros que se han publicado en México y que sí enarbolan un dedo que acusa o señala, pero no se puede negar que su propio estilo de poner en evidencia no es soterrado, antes bien, es mordaz. Por ejemplo, las largas charlas con Sergio o con Mariscal, dejan ver cómo los estudiantes varones se arrogan el derecho de dar indicaciones, educar y orientar a las muchachitas ignorantes que, por supuesto, no saben de la vida todo lo que ellos sí. Es una trampa común, y la autora la usa sin alarde, para poner en evidencia la fatuidad de unos y la pasividad de las otras. 

Si a la propia autora la novela en conjunto le parecía pedante o malograda, es posible que sea porque tiene algunos tropiezos formales que, si la hubiera corregido con tiempo y paciencia, habría sabido enmendar. Por supuesto que es un libro completo, en forma y es además una novela, sin duda, pero también es evidente que si un capítulo completo (uno de los largos) pudo ser expurgado para publicarse de manera independiente, es claro que la propia Rosario consideraba la estructura de la novela algo todavía en estado maleable. 

En conjunto, se puede decir que la lectura de Rito de iniciación confronta a los lectores con unos u otros aspectos: el paso de la primera juventud a la madurez personal; el tránsito que una jovencita sigue para despojarse de una cáscara que le estorba (una cáscara hecha de provincianismo ramplón, prejuicios, ideas que necesitan ventilarse y un miedo profundo a enfrentarse a la vida misma); la vida de la gente de letras que no tiene talento, pero sí ambiciones; o la triste realidad de que los llamados intelectuales no son personas moralmente libres de ambiciones pacatas ni de prácticas indignas o mentirosas. Incluso nos confronta con la idea de novela y de que la historia en un libro de esta índole debe tener ciertas características. Después de todo, lo que se llama trama principal es muy sencilla y casi también estereotípica: es la historia de una jovencita que se va a la capital a buscar un porvenir académico y busca dedicarse a la literatura. Pero este libro encierra mucho más, o no sería la pieza literaria que es: no podía esperarse menos de una escritora de la talla de Rosario Castellanos. 



OBRAS RELACIONADAS 

Esta novela contiene un largo capítulo que fue publicado de manera independiente, como un cuento. Luego de que se escribiera la novela, y antes de que se publicara. Álbum de familia es un libro de cuentos (cuentos largos) en el que el capítulo 9 (del mismo título) se presenta como relato. Debe ser interesante leerlo sin el contexto que lo rodea en la novela y en diálogo con otros pocos cuentos de la misma autora, donde hay otros varios retratos de distintas mujeres. 

Vale la pena mencionar que sus otras dos novelas, Balún Canán y Oficio de tinieblas, son muy distintas de esta que nos ocupa y que son muy dignas de lectura. Son más “novelescas” y también, podría decirse, más serias. Su lectura es altamente recomendable. 

El eterno femenino, una obra de teatro que se publicó (también) de manera póstuma, es la candidata ideal para que se pusiera en escena y se mantuviera, digamos, viva. Pero como no hay, que se sepa, montajes próximos, aquí está la videocrítica de una jovencita que, a la manera de los Youtubers, habla de la obra, de su vigencia y de su pertinencia:
[https://www.youtube.com/watch?v= izYUK4W5q8I] 



RECURSOS 

  • La ficha de la autora en la Enciclopedia de la literatura en México tiene la particularidad de que los ejes de la obra de Rosario están relacionados a manera de árbol y las definiciones y ejemplos ayudan a ver muy bien sus antecedentes literarios, sus filiaciones poéticas y temáticas y también los datos duros, como los cargos que desempeñó y los premios que ganó por su obra:
    [http://www.elem.mx/autor/datos/211] 
  • En “Rosario Castellanos. Despertar de la conciencia feminista” Elena Urrutia habla de los ensayos de la autora y de cómo el enfoque feminista de sus textos ha estado siempre presente:
    [http://www.revistadelauni- versidad.unam.mx/1605/pdfs/75-79.pdf ] 
  • Aquí se puede escuchar (o descargar) la lectura en voz alta de algunos de sus poemas, pero en voz de Margarita Castillo:
    [http://descargacultura.unam.mx/app1?sharedItem= 15435]